
Al inicio de esta práctica no sólo tenía el aliciente de que era una práctica obligatoria que debía hacer para aprobar la asignatura (aunque, por suerte, sacar fotografías nunca lo he visto como una obligación), sino que además estas mismas fotografías me servían para presentarme a un concurso.
El tema era “rincones de Pamplona”. En principio no tuve muchos problemas para plantear cómo afrontar el tema, soy un enamorado de mi ciudad. Así que, cámara al hombro, me pasé gran parte del día paseando por Pamplona para encontrar las mejores instantáneas.
Siempre me he dejado llevar por la magia que tiene esta pequeña ciudad, pero en este caso me supuso un gran problema, pues se me ocurrían tantas cosas que retratar que pensé que sería imposible escoger el mejor rincón de Pamplona. Problema resuelto: cámara digital (agradezco enormemente en ese momento a la persona que las inventó). Nuestra generación tiene la suerte de poder sacar muchísimas más fotografías gracias al formato digital y no estar limitada nuestra creatividad por el carrete.
Esta práctica me recordó poderosamente a la práctica de las mil fotografías, acercándome durante todo el día a dicha cifra. Me tome un día entero para mí sólo y mi cámara. Me recorrí en los que en mi opinión eran los mejores lugares de Pamplona de punta a punta y busqué sus rincones más bonitos.
Al acabar el día regresaba a mi casa con una sensación agridulce: el sol se ocultaba y no encontraba una instantánea que realmente agarrara mi estomago de lo bonita que era, aunque no eran malas fotografías. Y justo en ese momento el destino me brinda un contraluz, en mi opinión, precioso. Saco mi cámara de nuevo y retrato el momento. Esa era la foto.
Al final, presenté esa y dos fotografías más al concurso que organizaba el gobierno de Navarra y gané… gané en experiencia, un día muy productivo y una nueva visión de mi ciudad.
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