Otra mañana con la cámara encima, y yo tan contento. La verdad es que no era la primera vez que iba al mercado, ni sería la última. Pero aquella vez era especial. Por un rato no me iba a detener a ver las frutas o las verduras, esta vez el punto era sacar fotos. A todo lo que se moviera. Y a lo que no.
El mercado siempre ha sido punto de reunión para mucha gente y un lugar lleno de actividad. No en vano, es una de las pocas instituciones que ha sobrevivido desde la antigüedad hasta la actualidad y apenas ha cambiado. Bueno, algo sí. Jamás en mi vida he encontrado a dos personas intercambiando una oveja por una ristra de ajos.
No es raro el momento en que, día si, día también, dos personas se juntan en el puesto de las verduras y charlan animosamente con la verdulera. Y nunca obtendrán una respuesta fría, todo lo contrario, en todo el mercado se respira felicidad. No sé si realmente estarán contentos de trabajar ahí, pero en el caso contrario su trabajo sería merecedor de un oscar al mejor actor de reparto.
Hasta ese día no lo había notado, pero es increíble el número de situaciones diferentes que transcurren a lo largo del día en un lugar tan reducido. Y ya no hablemos del día a día, pues no es un lugar en el que impere la rutina. Y no lo digo por decir. Los dos días que estuve sacando fotos no se repitió ninguna situación.
Al acabar mi jornada me sentía un hombre nuevo. Dicen que por las mañanas es necesaria la voz de un locutor enérgico en la radio para que no de sensación de cansancio, y es algo muy importante y a que los oyentes si lo están. Creo que los vendedores d el mercado hacen algo parecido, y que son conscientes de ello. No lo sé, la cosa es que salí con una vitalidad renovada y muchas ganas de afrontar el día y hacerlo bien.